En la oscuridad capítulo II Equilibrio



Nota del Autor: 
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Capítulo 1

En la oscuridad
Capítulo II: Equilibrio

No resultó ser una buena noche en lo que respecta al descanso completo. Recordaba haber visto casi todas las horas de la madrugada en su reloj de su mesilla de noche. Conscientemente él sabía que no estaba preocupado o nervioso por la misteriosa nota recibida de aquel misterioso hombre. Otra cosa era su inconsciente, ese maldito animal incontrolable, el que lo había desvelado hora si, hora también.
Eran casi las siete y media de la mañana. En la chimenea ya sólo quedaban pequeñas ascuas y rescoldos del generoso fuego de la noche anterior, pero que sin duda sirvieron para calentar las manos de Edward que pausadamente acercaba a las brasas.

Se acercó a la ventana y aparto levemente la cortina para hacer su rutinario primer vistazo de la calle, como cada mañana. La generosa tormenta que descargó la noche anterior había cesado a las pocas horas de empezar la madrugada y Edward comprobó, que una intensa niebla había tomado el relevo.
Del bolsillo de la camisa de su pijama extrajo la nota cuidadosamente doblada y volvió a leerla esta vez en voz alta. "La amenaza está cerca. Todos corremos peligro” firmado HL

"Perro loco", pronunció casi susurrando, “No puedo hacerme responsable de las locuras de todo el mundo”. ¿Alguien me quiere explicar qué sentido puede tener esta nota, este mensaje?

Mientras volvía a doblar la nota se quedó pensativo durante un segundo. Fue a por su pipa y se acercó a la ventana añadiendo el humo de su tabaco a la habitación, para estar en armonía con el aspecto neblineo de la calle. Comenzó a hacer un ejercicio de memoria. Uno a uno iba repasando sus casos en orden de llegada a su cabeza. Aquellas palabras eran un desequilibrio a su intelecto, intentaba encajar aquella nota con algún caso que hubiera tratado en el pasado para sacarse esa espinita clavada en su inquietud.

Sabía perfectamente que si no acababa por entender y colocar aquellas palabras en el contexto de sus pensamientos encontrando de nuevo su equilibrio intelectual, las noches a partir de entonces iban a ser bastante parecidas a la pasada, en cuanto a descanso se refiere.


Pasó de la reflexión a la realidad con una bofetada de rutina. La señora Mercedes anunciaba mediante sonido de campanilla, que faltaban apenas media hora para que se sirviera el desayuno en la salita. 

Busco en su armario algo que echarse encima. Edward no era uno de esos tipos entusiastas de la moda masculina, lo veía más como un mero trámite para abrigar su desnudo cuerpo y siempre prefería la comodidad a la elegancia. 

Deposito sus ropajes encima de la cama y apuró lo que le restaba de pipa de camino al minúsculo cuarto de baño, por llamarlo de alguna manera, ya que todo formaba parte de una única habitación y lo que separaba la intimidad del resto del cuarto no era un más que un útil biombo que hacía las veces de muro separador del resto de su hogar. 

Un baño rápido, no por que tuviera prisa por ir al desayuno, más bien tenía prisa por terminar de asearse vestirse y así poder prepararse una pipa tranquilamente antes de ir a la salita donde al desayuno le faltaban pocos minutos para esperarlo.

Salió de su habitación y puso paso firme en dirección a la salita. Como casi siempre, había llegado el primero, pero eso poco importaba para coger turno y sitio, ya que cada huésped tenía su lugar perfectamente asignado en la gran mesa común, tal y como había asignado Doña Mercedes a cada uno de los arrendados en orden de llegada demostrando una vez más, tener absoluto control y orden sobre todo lo que acontecía en la casa. 

Poco a poco fueron llegando los demás compañeros de casa. A esas horas de la mañana, poca conversación querían los comensales, un más que justo "buenos días" y cada uno se disponía a engullir lo que buenamente se había preparado como desayuno, en un relajado silencio calma y quietud que rayaba lo solemne en la escena. 

La señora Mercedes fue depositando los manjares en ordenadas bandejas. Para que ese despliegue de repostería calara, lo acompañaba de chocolate, leche caliente o el imprescindible té que compartía rivalidad con el café a esas horas de la mañana. 

Todos acabaron casi al unísono la comparsa matutina. La joven doncella y ayudante de Doña Mercedes se encargaba de recoger los sobrantes de la batalla, mientras que los artífices de las bajas en la repostería y el café, tornaban a sus quehaceres. Sólo Edward quedaba en la mesa, parecía que su taza de café anduviera perezosa esa mañana y es que de nuevo los pensamientos de aquellas palabras escritas en la nota llenaba su atención. 

¿Ha terminado Señorito Edward? Preguntó la doncella con voz casi entrecortada debido a la timidez que le otorgaba su juventud. 

-"Si, discúlpeme Margarita, puede retirar el resto. Gracias”.

Edward se dirigió a la cocina donde ya se estaba preparando la siguiente batida de comida, -“esa dichosa cocina no paraba nunca”- se dijo mientras se dirigía a la Señora Mercedes que se encontraba detrás de la pila de cacharros a fregar. 

-Disculpe que la interrumpa Doña Mercedes, pero tengo que hacerle una pregunta. 

-Usted dirá Señor Edward. 

-Bien...¿se acuerda que ayer vino un caballero y le entregó esta nota para mí?- Edward la sacó de su bolsillo y se la mostró- El caso es que no creo que fuera un cliente de algún caso pasado, ¿recuerda usted que aspecto tenía, como iba vestido, alguna seña de identidad, edad? En fin, si pudiera describir su aspecto, le estaría muy agradecido. 

-¡Como no Señor, será un placer! Lo cierto es que sólo puedo atender a las demandas que ha numerado, ya que en lo que respecta a su personalidad, el caballero no era un torrente de alegría que digamos y su conversación fue un escueto: “hágame el favor de entregar esta nota al señor Edward”. En cuanto a su aspecto, era un caballero entrado en años, con blanco bigote y barba larga, a la altura del cuello, llevaba una larga trenca negra abotonada hasta el cuello, sombrero negro y gafas oscuras. 

-¿Nada más? Alguna marca, cicatriz que percibiera. 

-Nada Señor…bueno, llevaba bastón. No sé si eso ayudará en algo. 

-Veremos doña Mercedes…veremos. Muchas gracias. 

-Un placer Señor. 

-Voy a salir, ¿necesita algo de fuera? Creo que hoy voy a terminar pronto con el último caso y puedo permitirme hacerle algún recado. 

-Muchas gracias Señor, pero no va a ser necesario. ¿Vendrá a comer? 

-Es posible. Si no fuera así no se preocupe, mandaría a alguien a avisar. Gracias de nuevo.

Edward salió de la apacible casa. La niebla apenas dejaba ver a tres metros de distancia. -“Mañana de niebla, tarde de paseo"- se dijo. 

Se abotonó su chaqueta y puso rumbo a Green Hill Street para ver si de una vez por todas, ponía punto y final al caso de la familia Windmark. Sólo necesitaba hablar con un trabajador del servicio para confirmar sus últimas sospechas y dar con el paradero exacto de la joven. 

Hacía un par de semanas que los Windmark, una acomodada familia burguesa, contrató los servicios detectivescos de Edward. Poco a poco se iba haciendo un nombre entre las familias más pudientes de Londres. El caso que le ocupaba y tal como expusieron los Windmark, su primogénita había desaparecido a escasos días de celebrar su fiesta de pedida.

El mismo día que se cumplía tal efeméride, los padres de la criatura recibieron una carta en la que unos delincuentes afirmaban tenerla secuestrada. Exigían una cantidad considerable de dinero para que los desesperados padres volvieran a ver a su hija con vida. La policía no había hecho mucho que digamos y los Windmark acudieron a los servicios de Edward. 

Tras dos semanas de trabajo, de interrogar a unos y a otros, de recabar pruebas y de incontables ejercicios de deducción, Edward tenía el caso cerrado. La muchacha en cuestión no estaba enamorada de su prometido y sí lo estaba, del hijo del mayordomo de los Windmark. Ambos simularon su propio secuestro y con el dinero que esperaban recibir de los incautos padres pretendían fugarse a Estados Unidos y vivir su amor en plenitud. 

La historia no iba a terminar muy bien ya que Edward iba a llevar las buenas nuevas a sus padres y las malas nuevas a los enamorados. No es que estuviera a favor de los matrimonios de conveniencia pero este era su trabajo y este era el caso por el que le iban a pagar una bonita suma.

Una vez acabada su vista con los Windmark, haber ido de acá para allá en incómodos carromatos para llevarlos al paradero de la hija desaparecida y posteriormente retornando a su lugar de origen y cobrado por concluir su trabajo, Edward quedó libre por hoy en lo que concierne a asuntos laborales. 

Sacó del bolsillo derecho su pipa, del izquierdo su saco de tabaco y cargo en generosa cantidad la cazoleta. Un fosforo y una bocanada de humo en señal de victoria. -“Día de paga”-. Había que celebrarlo no solo con humo. 


Se dirigió a la taberna “
La Torre de Kellar” lugar que frecuentaba cuando terminaba con éxito un caso y ahí estaba lo bueno, por el momento no había dejado caso sin resolver. Cierto es que de momento le llegaban casos de fuerzas menores, como robos, o secuestros o falsos secuestros como este último. Pero ya llegarían mejores empresas para su afilado intelecto. 

De momento, los casos de más envergadura iban todos a parar a su colega de profesión, aquel de la 221B de la calle Baker...el Señor Sherlock Holmes, al que admiraba sobremanera y al que alguna vez le había pedido consejo para perfeccionar, para saber mejor como entrenar su mente, como hacerla una herramienta perfecta de deducción y aplicarla en su trabajo. En eso, el Señor Holmes, era toda una autoridad en la materia. 

Lo que más le gustaba de aquella taberna era su escasa y acogedora iluminación, amén de que sirvieran las mejores pintas de Londres, siempre bajo su propio criterio, que siendo sinceros, en temas de cerveza no andaba escaso. Una escena en claro oscuro. El murmullo de la también escasa gente ayudaba en su opinión a fortalecerse por la elección de este establecimiento. El Barman, pese a ser viejo conocido, no traspasaba la frontera de la confianza y aunque llevaba años frecuentando el bar, la conversación con él no era forzada, se hablaba cuando había algo de qué hablar y se guardaban los silencios cuando era menester hacerlo. 

-“John, sírveme una pinta y acompáñalo con algo de comer, ese pastel de manzana lleva mi nombre. Ponme un pedazo generoso si me haces el favor”-. Apoyó sus brazos en cruz en la barra mientras esperaba sus comandas. Echó un vistazo al extremo de la barra y vio la primera edición de la mañana del London Today. 

- ¿Permites que le eche un vistazo, viejo amigo? 

-Tú mismo, tú eres el que te arriesgas, pero ya te adelanto que nada nuevo en el horizonte -dijo John mientras ponía la pinta sobre el posavasos. Tomó un cuchillo y cortó una generosa porción de pastel de manzana que dejó emplatada al lado de la cerveza. Edward tomo un gran sorbo, casi dejando a la mitad el vaso, mientras ojeaba las páginas de sucesos. Como de costumbre, pasó a la sección de crónica social. Esta vez buscaba alguna noticia sobre James Cobult y su reciente adquisición, Fidelio.

Efectivamente encontró:



-¿Y esto es noticia? Ya no saben que meter para completar el relleno. John, hazme el favor, ve llenando otra jarra de cerveza antes que nos sorprenda la noche y felicite de mi parte a la cocinera, el pastel de manzana estaba sublime. 

El camarero tiró una buena jarra del barril y la dejó al lado del vaso que ya apuraba Edward. Siguió un rato observando muy de pasada el periódico mientras que también apuraba su pipa. Paso el tiempo y la segunda cerveza estaba a punto de acabar. Antes de terminar por completo pidió la tercera y última del día. -John ponme la "penúltima" como se suele decir mientras voy al servicio...ya sabes...cosas de la cerveza-. 

El pastel de manzana había cumplido su cometido de servir de refuerzo en su estómago a la visita del zumo de malta. Solía aguantar bien la bebida y la cerveza no es que fuera algo que se le subiera mucho a la cabeza, por lo que el paso en dirección al wc fue firme y sereno. No tardo en descargar los efectos del alcohol en su recipiente. Se acercó al lavabo para lavar sus manos al tiempo que se observaba en el espejo. 

Un poco de toalla y deposito un penique en el recipiente de propinas para el encargado de la limpieza. Salió del excusado y se dirigió a su lugar de origen en la barra para dar buena cuenta de su tercera cerveza. No hizo más que comenzar su primer sorbo, cuando John se acercó y le entregó una nota. Edward se quedó con el vaso a medio camino y su rostro empezaba a ponerse pálido como las velas que adornaban e iluminaban, o al menos lo intentaban, la taberna.

-¿Qué es esto?- Preguntó 
-¿No está claro? Una nota escrita en un papel. 
-¡Ya…hasta ahí puedo deducirlo1 Quería decir que me explicaras cómo…
Antes de que pudiera terminar la pregunta, John lo interrumpió y dijo: 
-Acaba de traerla un hombre mientras estabas en los lavabos. Me ha dicho que te lo entregara. 
-¿Un hombre? ¿Qué aspecto tenía? 
-Pues diría que de unos sesenta años más o menos, bigote y barba poblada. Vestía completamente de negro, sombrero oscuro, gafas oscuras y bastón. 
-¿Hacia dónde ha ido? 
-No lo sé, me dejó la nota y se fue. Creo que al salir se fue a la derecha, pero no estoy muy seguro. 

Edward dejó su vaso sobre la mesa, cogió la nota y soltó un puñado de peniques sobre la barra para cubrir los gastos de la consumición y salió apresurado de la taberna. Tomó rápido el camino de la derecha y con paso apresurado comenzó a observar a todos y cada uno de los viandantes sin detener el paso. Anduvo más o menos el tiempo justo que le había tomado su ausencia en la barra.

Se detuvo y realizó una vista panorámica a su alrededor. Nada. No conseguía ver al anciano. Bajó su mirada en señal de derrota al tiempo que decía repetidas veces no, con la cabeza. Miro al cielo y suspiró. Al recuperar la vertical en su mirada, la suerte, el destino o el azar lo señaló. Allí estaba el anciano. En pie, junto a la parada de carromatos al otro lado de la calzada. 
Edward se apresuró a cruzar la calle sumido en un estado que se debatía entre la excitación, la duda o la cólera, sin reparar que en ese momento se acercaba un carruaje tirado por un par de jamelgos. Tuvo que hacer una cabriola para no morir aplastado por patas y ruedas. El conductor tiró de las riendas a tiempo para desviar caballos y carros. Edward rodó por el suelo y el carruaje paso de largo sin dejar en él más que el sobresalto de la escena.

No se dejó intimidar por mucho tiempo. Se incorporó y corrió como alma que lleva al diablo hacia su objetivo, objetivo que ya comenzaba a subir en el carruaje de alquiler. La puerta del carro se cerró, Edward gritaba al cochero para que no iniciara la marcha, gritaba con todas sus ganas, pero el cochero sólo obedecía al mejor postor y ese no era otro que el pasajero que llevaba en las entrañas de su carro. 

Edward veía como poco a poco se alejaba el anciano y con él sus posibilidades de alguna explicación a todo este absurdo misterio. Echo a correr a la desesperada detrás del carruaje, pero en esta ocasión, no cabía la posibilidad de competencia con la especie animal. Tampoco ayudaba mucho el tener que esquivar a cada uno de los viandantes. Gradualmente detuvo su carrera a la par que soltaba un quejido furioso con forma de insulto. Observó como el misterioso caballero "enfundado2 en su carro, portador y mensajero de aquellas notas misteriosas, doblaba al final de la calle. 

-¡¡La nota!!- exclamó. Ni si quiera le había dado por echar un vistazo. La sacó de su bolsillo, lentamente fue desdoblando, como si tuviera miedo de que las palabras salieran corriendo como su autor y allí estaba escrito lo siguiente:



“El mal duerme en Fidelio…No permitas que despierte 
Firmado HL"

CONTINUARÁ....
EDIT: Continua con el capítulo III



James M Brown

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